LIBRO RECOMENDADO
Hoy tenemos una publicación especial sobre un libro que todos y todas deberíamos leer.
Gracias al gran Paul Watzlawick, especialista en conducta y comunicación humana, podremos reflexionar acerca de aquellas actuaciones que ejercemos, muchas veces sin darnos cuenta y muchas otras por costumbre, y que sin embargo nos perjudican y «amargan» constantemente sin que seamos capaces de darnos cuenta que, a veces, nosotros mismos somos nuestro peor enemigo.
Esta gran obra, y no precisamente de gran tamaño, es: «El arte de amargarse la vida».
A través de sus 140 páginas y con una frase final que conquista a cualquiera «Tan desesperadamente simple es la solución», este libro lleva editándose desde el año 1984 y facilitándonos un poco la vida a aquellos que lo leemos y reflexionamos sobre sus enseñanzas.
En constante clave de humor, nos muestra cómo las personas podemos llegar a boicotear nuestra felicidad, a hacer de cada situación un tremendo problema, y como nos volvemos expertos en pensar mal de los demás, e incluso de nosotros mismos. El autor del libro opina que los seres humanos buscamos la desdicha, quizás inconscientemente, y nos muestra cómo somos capaces de convertir en algo negativo casi cualquier cosa que nos ocurra, ¡ni siquiera!, cualquier cosa que creemos nos podría ocurrir.
Frases como «ahogarse en un vaso de agua» o «hacer una montaña de un grano de arena» definen al tipo de persona a la que este libro le va a encantar. Admifinca.com espera que les pueda ayudar, por ejemplo, a llevarse mejor con sus vecinos, tal y como narra la historia del martillo que podemos encontrar en su interior:
Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste un martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizá tenía prisa. Pero quizá la prisa no era más que un pretexto, y el hombre tiene algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la prestaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo. Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro hombre le grita furioso: «¡Quédese usted con su martillo, so penco!».
(Watzlawick, P.; «El arte de amargarse la vida», página 43)